La fábrica de la lana de Vielha es un ejemplo representativo de las pequeñas industrias textiles surgidas desde mediados del siglo XIX en las dos vertientes de los Pirineos centrales. Fue construida a finales del siglo XIX por Rafael Portolés Lafuste (1858-1936), vecino de esta localidad, quien había aprendido el oficio en Miremont de Comenge (Francia), de donde procedía su familia materna.
Como la mayor parte de las industrias del valle, funcionaba aprovechando la fuerza motriz del río Nere. El agua era captada y conducida por un canal exterior hasta una rueda de madera que, a su vez, estaba conectada a un eje largo, también exterior, que sujetaba los engranajes de la maquinaria y les transmitía la fuerza del agua.
Jusèp Portolés Fontà (1904-1987), hijo del fundador, prosiguió la actividad de la fábrica, viviendo exclusivamente de ella. La manufactura de lana se mantuvo hasta la riada de 1963, que destruyó otra vez el canal exterior de la fábrica. A partir de entonces la maquinaria empezó a funcionar con electricidad, aunque la producción disminuyó progresivamente hasta el cierre definitivo de la explotación, en los años 60.
Desde entonces ha resistido al paso del tiempo y a la especulación urbanística, gracias a la tenacidad de una persona ligada sentimentalmente a la fábrica, Isabel Vidal, viuda de Jusèp Portolés Fontà. En 1999 el Conselh Generau dera Val d’Aran decidió adquirir y restaurar este interesante conjunto patrimonial, con el objetivo de convertirlo en un testimonio vivo de la historia contemporánea de la Val d’Aran.
De la oveja a la madeja
La maquinaria de la fábrica tenía como objetivo la transformación de la lana natural en hilo apto para ser tricotado manualmente. Los habitantes del valle llevaban la lana limpia y seca a la fábrica. Allí los copos se pesaban en una balanza romana y se acordaban el número de madejas así como el grueso de los hilos deseados.
La primera etapa del proceso de transformación, en la cual intervenían tres máquinas, se efectuaba en la planta baja de la fábrica. En primer lugar, el diablo –llamada así por su triste historia de accidentes-, destripaba, abría y separaba los copos de lana. Después, la carda abridora transformaba dichos copos en un velo, que, a menudo, se utilizaba también para hacer edredones y colchones.
Finalmente, la carda mechera preparaba la lana destinada a hacer hilo, dividiendo el velo procedente de la carda abridora en unas mechas más finas, que se enrollaban en unos pequeños tubos metálicos.
En el desván de la fábrica se ultimaba el proceso de hilado, con la intervención de otras tres máquinas. La mule-jenny, primero estiraba y torcía el hilo y, después de una pausa, lo enrollaba en el huso. Una sola persona accionaba la máquina. Era necesario observar muy atentamente su funcionamiento, ya que si algún hilo se rompía, había que detenerla enseguida para no estropear todo el proceso.
La torcedora, como su nombre indica servía para torcer el hilo y enrollarlo en una bobina, cono o huso, según la cantidad de hilo y el grueso deseados. Y por último, la máquina de hacer madejas, era la que culminaba todo el proceso y tenía por objetivo la torcedura final del hilo y la configuración de las madejas. Para esta operación se utilizaba una barra de hierro que, clavada en una de las vigas del techo, facilitaba la tarea de retorcer las madejas.
Información y reservas:
MUSÈU DERA VAL D’ARAN
Tel. 973 641815
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